La rosa de la muerte

Hoy era el día de su entierro, yo no estaba preparada para la despedida, mis ojos llovían, y el sabor salado se mezclaba con el nudo de mi garganta. Al llegar ahí un álbum era abierto, pero cualquier cosa que pudiese escribir en él, no podría saberlo. El ataúd estaba abierto y su cuerpo no tenía color, ni vida, ni tan solo su mirada, ya no era el mismo. Ya no era él. Al final recorrí con alma derrotada por los caminos del cementerio, el negro era el color de aquel día, muchos llevaban claveles, pero yo prefería la rosa y sus espinas, al derrocharlas besando los pétalos del capullo, lanzando lo en aquel ataúd, donde ya solo residía el cuerpo de un ser amado. La despedida que no puede tener, el tiempo que no pudimos compartir, y los recuerdos inundaban aquel momento. No había palabras que salieran de mí, mirando el suelo, agradeciendo todos los que vinieron apoyarme en aquel instante de puro sufrimiento. Sin embargo tan solo deseaba que todo terminase, e irme de aquel lugar donde tan solo la tristeza me acompañaba. Sin darme cuenta que allá donde fuera seguiría en mi tal dolor. Porque él ya no está. 

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